29 mar. 2024
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BATALLAS POR LIBRAR: UNA MUJER DESCASADA, DE PAUL MAZURSKY


“La cosa más grande respecto a las películas de Paul es que nunca parecen ser confeccionadas. Parecen brotar de la vida.” -Mel Brooks

“Antes de que pudieran cumplir dieciséis años de edad, la mitad de los niños nacidos en Estados Unidos entre 1970 y 1980 iban a ver divorciarse a sus padres. (…) cerca del final de los años setenta aparecieron un buen número de películas socialmente relevantes que se enfocaron en el trauma personal del divorcio y su impacto en las familias norteamericanas individuales, y algunas de [esas cintas] disfrutaron de notable éxito” (1), nos relata David Cook en su historia del cine norteamericano de los años setenta. Obviamente en este grupo están filmes como Kramer vs. Kramer (1979), Starting Over (1979), Manhattan (1979) y, por supuesto, Una mujer descasada (An Unmarried Woman, 1978), de Paul Mazursky. Este subgénero de las películas de divorcio, es solo uno de los ángulos desde los que puede abordarse a Una mujer descasada, pues también integra el grupo de filmes de directores del “Nuevo Hollywood” que tuvieron como protagonistas a mujeres, como lo ejemplifican John Cassavetes y Una mujer bajo la influencia (A Woman Under the Influence, 1974), Scorsese y su Alicia ya no vive aquí (Alice Doesn’t Live Here Anymore, 1974), Robert Altman con 3 mujeres (3 Women, 1977), o Norma Rae (1979) de Martin Ritt. Aunque todos estos filmes tienen una perspectiva feminista, ninguno de ellos llega tan lejos como Una mujer descasada en el propósito de capturar las inquietudes, dudas, crisis, frustraciones, alegrías, descubrimientos y epifanías que implicaban ser una mujer de finales de los años setenta. Lo que en realidad logró Paul Mazursky como guionista y director con este filme fue hacer –desde una perspectiva contemporánea- “una película de mujeres”, cuatro décadas después del surgimiento, florecimiento y decadencia de este subgénero del cine de Hollywood. “Aunque el origen del término película de mujeres se desconoce, típicamente el patrón se refiere a un tipo de filme que gira alrededor de una protagonista adulta y está diseñado para atraer mayoritariamente al público femenino” (2). A este subgénero pertenecían filmes sobre mujeres caídas en desgracia, dramas románticos, romances estilo Cenicienta, historias de vividoras (gold-diggers) o de trabajadoras. “Los conflictos en las películas [de mujeres] involucran relaciones interpersonales que le presentan dilemas a la heroína y cuya resolución usualmente implica pérdidas” (3). Parece que Mazursky hubiera leído esta última definición y entendido que su película sobre el divorcio –y las pérdidas que este implica- podía ser un homenaje a “las películas de mujeres”, superándolas incluso en términos de autoafirmación y reivindicación personal, algo que esas cintas terminaban al final comprometiendo (al fin y al cabo eran hijas de una época machista). Solo tenía que tener la suficiente sensibilidad para lograrlo. Para empezar, debía escucharlas. “Nosotros teníamos una amiga llamada Carolina que se había acabado de divorciar. Era una mujer amorosa y muy inteligente. Una gran chica. Un día pasó por nuestro hogar con la escritura de su nueva casa en Beverly Hills. Al lado de su nombre decía “una mujer descasada” y esa frase me hizo pensar…” (4) –comentaba Mazursky en el libro de entrevistas que hizo con Sam Wasson- “Así que empecé a entrevistar muchas mujeres que ya no estaban casadas, conseguí mucha información y encontré ciertas similitudes. (…) Yo no les dije que tenía un argumento o incluso una película. Solo les hablaba y les decía «Tengo curiosidad, ¿cómo se siente? ¿Todavía estás enojada? ¿Estás triste? ¿Hubieras querido que tu matrimonio no se hubiera acabado? ¿Estás buscando otro compañero?». Cosas así. Obtuve unas respuestas maravillosas. Una mujer me dijo que se fue de compras y vio el reflejo en los ventanales de una pareja detrás de ella. Iban tomados de las manos, obviamente estaban enamorados y eso la entristeció” (5). Con todos esos testimonios y declaraciones, Mazursky escribió un guion que tiene una protagonista, Erica, pero tiene tanto que contar que recurre a otros personajes secundarios –también mujeres- para ampliar el espectro de sus inquietudes y obviamente para enfatizar la sororidad como valor privilegiado. Erica (interpretada majestosamente por Jill Clayburgh) es una mujer treintañera, casada hace 16 años con un ejecutivo de Wall Street, con quien tiene una hija adolescente. Ella estudió pintura y trabaja en una galería de arte. Viven en el Upper East Side de Manhattan y tienen una relación de pareja aparentemente normal. Nada parece anticipar que va a convertirse en la mujer descasada del título del filme, pues Mazursky es muy cuidadoso en enfatizar que su matrimonio no es una cárcel de la que ella quiera escapar. Pero lo impensado ocurre: su relación conyugal se destruye y Erica queda en pedazos. Este filme es la crónica de su reconstrucción personal. Que su matrimonio se termine de forma abrupta le hace ver –lenta y dolorosamente- que daba muchas cosas por aseguradas, que su autonomía había sido reemplazada por la comodidad (y la inercia) de la relación en la que estaba, en la que dejó de tomar decisiones propias. Ahora debe ponerse al mando de su vida y obviamente eso le cuesta trabajo. La veremos hacer el duelo de lo que ocurrió, la veremos en manos de una psicoterapeuta, la veremos rodeada de sus amigas, la veremos intentar de nuevo lanzarse al ruedo de las relaciones sexuales ocasionales. Todo es parte de un proceso en el que se redescubre a sí misma. Y eso ocurre cuando entiende que tiene el valor de asumirse como un ser con amor propio. Mazursky tiene la honestidad de decirnos que ese camino no es fácil, que primero requiere aceptación y resiliencia y luego voluntad para ponerse en pie y volver a andar, incluso si esos primeros pasos al principio son erráticos. “Yo estaba diciendo, en esencia, que una mujer que ha sido descartada por su marido todavía puede funcionar y ser libre y tener su propia vida y tener amoríos y hacer todas las cosas que los hombres dan por sentado” (6), afirmaba el director. Erica conoce a un pintor inglés, Saul (interpretado por Alan Bates), y lo que empieza como una aventura ocasional se transforma en algo más, en una relación positiva y constructiva, pero que también pone a prueba su reconquistada independencia. La mujer descasada del principio se ha convertido en una mujer emancipada que no está dispuesta a capitular frente a lo que considera un retroceso en su desarrollo personal. Es posible que cuando la película se estrenó, la decisión final de Erica frente a Saul haya causado extrañeza entre el público, pero la “nueva” Erica tenía que ser consecuente con ella misma, así como Mazursky lo fue como guionista con los propósitos feministas (y políticos) de su filme. Fue tanto el impacto de este largometraje –y de su final- que en la película Private Benjamin (1980), su protagonista, Judy (Goldie Hawn), dice “Realmente no entendí el punto de Una mujer descasada. Yo hubiera sido tan rápido la esposa de Alan Bates”. Seguramente muchas mujeres también. Pero Erica tenía nuevas batallas que librar consigo misma como para ponerse a retroceder. La realización de Una mujer descasada supuso para Paul Mazursky muchas dificultades. Él escribió la película pensando en que Alan Ladd Jr. en la Fox la produjera –tal como había hecho con Harry and Tonto (1974)- pero el estudio estaba por estrenar tres filmes sobre mujeres –Julia, The Turning Point y 3 Women– y temía saturar el mercado. Así que Mazursky fue a tocar la puerta de otros estudios, pero en todos fue rechazado. Stanley Jaffe en Columbia Pictures aceptó producirla, pero una semana más tarde fue despedido. Su reemplazo, David Begelman, había sido el agente de Mazursky, pero decidió rechazar el proyecto, porque estaban invirtiendo mucho dinero en la realización de Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977). Por fortuna, la Fox tuvo mucho éxito de taquilla con La profecía (The Omen, 1976) y Mazursky llamó a Ladd para ver si reconsideraba financiar el filme. Hablaron, el director aceptó hacer unos cambios al guion y el productor le ofreció 2.3 millones de dólares. Con eso hizo el filme, que terminó siendo un éxito tanto de crítica como de taquilla. Nominada a tres premios Óscar –mejor película, mejor guion y mejor actriz- la película le dio a Jill Clayburgh el galardón a la mejor actriz en Cannes, donde Una mujer descasada compitió por la Palma de oro. Mazursky nunca estuvo tan cercano a la perfección como con este filme honesto, en el que puso a prueba su capacidad de observación. Con ese don se dio a la tarea de construir un personaje en el que confluían varias de las historias y de los testimonios que había recogido. Por eso en el personaje de Erica es fácil verse: rebosa humanidad. No es una invención de un hombre, es una creación colectiva en la que muchas mujeres aportaron sin saberlo. No es extraño entonces que alguien suponga que Una mujer descasada fue dirigida por una mujer. Y un elogio más grande no puede recibir este filme, ni su director. Referencias: 1. David A. Cook, “Lost Illusions, American Cinema in the shadow of Watergate and Vietnam, 1970-1979”. En: History of American Cinema, vol. 9, Berkeley: University of California Press, ps 293-294 2. Tino Balio, “Grand Design, Hollywood as a Modern Business Enterprise, 1930-1939”. En: History of American Cinema, vol. 5, Berkeley: University of California Press, p. 235 3. Ibid., p. 235 4 Sam Wasson, Paul on Mazursky, Middletown, Wesleyan University Press, 2011, p.111 5. Ibid., p. 112 6. Ibid., p. 119 ©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.
17 ago. 2020, by: FM 98.3

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