29 mar. 2024
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PAVÓN: EL FEDERALISMO PERDIDO




17 de septiembre de 1861. ¿Qué pasó ese día con Urquiza? ¿Por qué en lugar de coronar una victoria segura abandonó el campo de batalla dejando a los suyos a merced de Mitre? La pregunta sin respuesta sobrevoló el bando federal durante años: a los referentes de ese espacio les costó digerir que el hombre fuerte de la Confederación Argentina, teniendo el triunfo al alcance de la mano, se lo sirviera en bandeja al halcón porteñista.


Aún no habían transcurrido dos años desde la batalla de Cepeda y las cosas entre Buenos Aires y el resto de las provincias habían vuelto a fojas cero: a pesar de que luego de aquella derrota militar Buenos Aires debió avenirse a acatar de mala gana la Constitución sancionada en 1853, la tensión había renacido, recalentada por la disputa del control de la Aduana que la díscola provincia no quería ceder para no compartir la jugosa renta que esta proveía.


Para evitar la segunda batalla en ciernes, hubo una cumbre impulsada por algunos diplomáticos extranjeros de la que participaron los tres máximos protagonistas de aquel momento histórico: Bartolomé Mitre, Justo José de Urquiza y el presidente de la Confederación Argentina, el cordobés Santiago Derqui. Sin embargo, fue un mero trámite; todos sabían que un nuevo choque armado asomaba como inevitable.


El combate se libró el 17 de septiembre de 1861, a orillas del arroyo Pavón, cerca del límite de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, donde Mitre y Urquiza, los mismos contendientes de Cepeda, volvieron a verse las caras. Ambos ejércitos contaban con alrededor de 16.000 hombres cada uno. Los batallones porteños, ataviados con vistosos uniformes —saldos de la guerra de Crimea adquiridos en Europa—, portaban armas modernas y ligeras; mientras que los de la Confederación dejaban ver la escasez de recursos en su modesta vestimenta y armas antiguas.


Las crónicas de la batalla, casi todas coincidentes, dan cuenta de que en las primeras acciones prevalecieron, alternativamente, la caballería confederada y la infantería porteña. De a poco, la balanza se inclinó a favor de los confederados, tanto que los infantes de Mitre, superados en el terreno, fueron los primeros en emprender la retirada. Urquiza seguía los acontecimientos a cierta distancia y podría haber decidido la suerte de la brega en ese momento crucial, enviando a la poderosa división entrerriana para liquidar el pleito. Sin embargo, inexplicablemente, decidió no entrar en combate, poniendo proa a su terruño. La suerte de la Confederación quedaba sellada.


Un par de días después, desde Diamante, envió una carta al presidente Derqui, diciéndole que durante la batalla se le había presentado la disyuntiva de retirar la caballería a su mando o sacrificarla en una lucha que consideraba estéril; por lo que había resuelto emprender la retirada. Mitre, por su parte, escribía a Gelly y Obes, su ministro de Guerra: “Pavón no es sólo una victoria militar, es sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos de la barbarie”. Mientras, un Sarmiento exultante, proclamaba “Southampton o la horca” para Urquiza.


Quedó claro que Urquiza, después de haber jugado fuerte a favor de la unidad nacional, no estaba dispuesto a sostener sine die ese estado de secesión interna y decidió soltarle la mano al presidente de una Confederación que a fuerza de resiliencia seguía en pie para apostar a un entendimiento directo con Mitre y asegurarse el control de Entre Ríos, su provincia, objetivo que logró. Al respecto, se tejieron innumerables conjeturas. En las semanas siguientes, Derqui y los jefes provincianos trataron de persuadirlo para que revisase aquella actitud y retomara la jefatura vacante del espacio federal, pero fue en vano.


Perdido por perdido, el todavía presidente de la tambaleante Confederación Argentina y los jefes provincianos intentaron una resistencia que fue aplastada a sangre y fuego por el avance arrollador de las tropas mitristas, ensoberbecidas por el inesperado triunfo.


Lo que vino después es conocido: Mitre no desperdició la oportunidad que las circunstancias le sirvieron en bandeja y arrasó los focos federales que aún quedaban en pie, disciplinando el interior a sangre y fuego de la mano de jefes despiadados como Wenceslao Paunero y Ambrosio Sandes. La defección de Urquiza causó gran decepción en las filas federales, al punto de que le costó la vida algunos años más tarde, a manos de gente del mismo palo.


Lo cierto es que en Pavón sucumbió la experiencia federal iniciada en 1852, que Buenos Aires repudió con una actitud separatista que puso al país al borde de la secesión. La Argentina que vendría fue diseñada a la medida de los intereses del puerto y la metrópoli, en desmedro del resto, una situación que, con matices, se mantiene hasta el presente.

El sueño de un país federal quedaba en el camino y la Constitución devenida en letra muerta.



21 sept. 2022, by: FM 98.3

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