18 oct. 2024
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Seis miradas sobre la muerte de Perón



Hace cincuenta años falleció el hombre clave de la segunda mitad del siglo XX argentino. Aquí un repaso por los abordajes de ese hecho en las principales revistas argentinas de la época.


Panorama y Siete Días: respetar las instituciones

“Ahora llegó el momento en que los argentinos deben ponerse de acuerdo. El camino de la unidad es siempre el más difícil, así como el de las armas es el más fácil. Los argentinos debemos ponernos de acuerdo, porque la disyuntiva es la guerra civil.” El director de la revista Panorama, Raúl Horacio Burzaco, eligió encabezar la nota editorial sobre la muerte de Juan Domingo Perón con una frase que el líder había expresado en una entrevista en 1966, poco después del golpe de Estado contra el gobierno de Arturo Illia.



La “carta del director” que el semanario de la editorial Abril ofrecía a sus lectores marcaba un itinerario jalonado de postas: la “nueva lucha por el poder” que podrían desencadenar quienes “se dicen peronistas”; la postura de la oposición, que sintetizaba el radical Ricardo Balbín, poseedor de un “pensamiento conciliador y constructivo”; y el respaldo absoluto a la continuidad institucional a cargo de María Estela Martínez, en una Argentina que es “un ejemplo de democracia en un concierto mundial de pueblos y países cada vez menos representados por sus gobernantes”.


Ese último eje quedaba reforzado en el final del texto firmado por Burzaco. Allí reclamaba a sus colegas periodistas “encarar con patriótica responsabilidad su misión informativa y brindar su ecuánime y desinteresado apoyo” a la nueva presidenta.


Otra revista del mismo grupo empresarial, Siete Días, distribuyó una edición extra de 32 páginas para reflejar ese acontecimiento bisagra para la historia nacional ocurrido el 1º de julio de 1974. Su director, Norberto Firpo, abrió la publicación con “La congoja argentina”, donde destacaba la figura del líder fallecido, en medio de una “dramática coyuntura argentina y latinoamericana”.


“Durante treinta años –acaso desde que se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, en el mes de noviembre de 1943– Juan Domingo Perón fue el protagonista más notorio e influyente de la vida nacional”, resumía Firpo.



A su criterio, enarbolar la bandera de la justicia social “lo convirtió en uno de sus máximos adalides en todo el mundo”, un mérito que, “en lo que va del siglo, ninguna otra personalidad argentina –cualquiera sea o haya sido su órbita de acción– alcanzó tan alto grado de reconocimiento fuera y dentro del país”.


El valor de la “unidad” y la “paz” y el respeto por las instituciones atravesaban los textos editoriales de Panorama y Siete Días. Pero en esta última publicación había una mayor exaltación ante la “inigualada magnitud del liderazgo” de Perón.


De Frente: por una Argentina socialista

“Cuando un pueblo permanece setenta y dos/ horas bajo la lluvia y las inclemencias del/ tiempo, sin que el cansancio, la fatiga o/ el frío penetrante consiguieran cortar su llanto/ Cuando millares y millares de obreros, hombres/ curtidos en la dura faena de ser explotados/ diariamente, gritaban su congoja con el mismo/ impudor que las criaturas./ Cuando ancianas octogenarias se confundían con/ niños de corta edad, en una dificultosa marcha/ tras una esperanza, la del último saludo./ Cuando el dolor puso fin a las palabras y la/ Argentina se conmovió en sus entrañas.”


La elegía anónima abría el número especial que la revista De Frente (“Con las bases peronistas”) dedicó a la muerte del líder. “Perón: la memoria del pueblo” es el título de la nota editorial firmada por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. Esa frase se repetirá como consigna en toda la publicación heredera de la que John William Cooke fundara en 1954. Atrás había quedado la clausura de Militancia; ahora, De Frente seguía su legado y expresaba su conmoción a lo largo de más de ochenta páginas.


La vorágine de los acontecimientos obligaba a sentar principios. Hacía pocos días, el Día del Trabajador, Perón se había enfrentado en Plaza de Mayo con la izquierda peronista. Esa detonación insoslayable obligaba a De Frente a rescatar lo que había publicado un par de números antes al analizar el hecho: “Nadie si no mediante un esquema simplista e irreal pudo colegir que este 1º de Mayo significaba abruptamente el final del liderazgo de Perón, la ruptura de la clase peronista con su historia, con el propio Perón. La mayoritaria identidad peronista de la clase obrera no ha sido abandonada, lo cual no impide el cuestionamiento concreto del proyecto de Perón a partir de la propia experiencia de clase, de sus necesidades, de sus exigencias reivindicativas”.


Hecha esta salvedad, Ortega Peña y Duhalde señalaban que con la muerte de Perón se sucedieron “dos llantos opuestos”: “Los millones de hombres y mujeres humildes” vertieron sus lágrimas por “el Perón obrero, antiimperialista y anticapitalista”; ellos dejaron que “la conciliación de clases imposible, el pacto social, el reformismo dependiente, el apuntalamiento de la burocracia, Ezeiza, la represión” fuera llorada y reivindicada por “los López Rega, los Balbín, los Anayas, los Adelino Romero”. En definitiva: “Hay un dolor que tiene treinta años de historia. Hay otro, el de los temerosos que lloran un presente que saben efímero, los que lloran no a Perón, sino a la Argentina Potencia de sus intereses mezquinos, los que trataron de escamotear el cadáver al pueblo”.


En el cierre, una consigna: más allá del llanto popular, la clase trabajadora “seguirá marchando en la construcción de su organización revolucionaria hasta la toma definitiva del poder en una Argentina socialista y realizada”.


Veinte días más tarde de la publicación del suplemento, el 31 de julio, Ortega Peña era asesinado por la Triple A en Carlos Pellegrini y Arenales. Tenía 37 años y era diputado nacional.


Verbo: a la derecha de la derecha

Para los nacionalistas católicos agrupados en torno de la revista Verbo (“Formación para la acción”), la muerte de Perón encerraba interrogantes, pero, a la vez, “posibilidades insospechadas”. Les atraía el Perón distante de las potencias mundiales, fiel al principio de la Tercera Posición, y enérgico frente a la izquierda en general y a los movimientos armados en particular.

Esta publicación doctrinaria de la ultraderecha confesional podía comprarse en la librería Huemul, en la porteña avenida Santa Fe, un tradicional reducto de obras nazi-fascistas y del integrismo católico nacional y europeo desde la década del 40 del siglo pasado.


El editorial de Verbo manifestaba su satisfacción ante “la progresiva aislación de los sectores insurreccionales del resto de la comunidad nacional, consumada en estos meses, unida a la maduración en nuestras Fuerzas Armadas de un concepto de su misión que deja atrás anécdotas y mezquindades”, porque permitió sostener un “orden elemental” tras la muerte del mandatario.


La disputa entre Este y Oeste, según su análisis, tensionaba la realidad argentina, que “soporta la agresión directa u oblicua de múltiples poderes internacionales, ocasionalmente enfrentados, en el largo plazo coincidentes”.


Como consecuencia, el gobierno peronista estaba jaqueado, más allá del “vasto movimiento popular en que se asienta”. Sin embargo, Verbo depositaba su fe en la “gran reserva” que se traducía en “esa multitudinaria corriente resistente a la intoxicación ideológica marxista”, capaz de “ofrecer una solución creadora a la crisis en que se debate el mundo por la prevalencia de sistemas aberrantes”.


“Hoy se trata de definir nítidamente lo que se quiere, de perfilar la imagen del nuevo Estado capaz de traducir la voluntad antiliberal y antimarxista de la Nación, de individualizar a sus enemigos y de enfrentarlos en todos los campos en que estos planteen el combate”, analizaba.


Y expresaba su esperanza en “el creciente entendimiento entre Fuerzas Armadas y pueblo” y “la mayor sensibilidad para detectar los ataques del proteico enemigo del orden nacional”. Esos ejes eran “signos de un país que no se entrega”.


Verbo no usaba la palabra “infiltración”, pero alertaba sobre esos “enemigos” que se encontraban “dentro mismo de las esferas oficiales”.


La invocación divina acompañaba el cierre del editorial: “Quiera Dios que los laicos cristianos estemos a la altura de las exigencias de este tiempo”.


Filmar y Ver: sinfonía de un sentimiento

Un recuadro editorial redactado de apuro se hizo espacio en el número 8 de Filmar y Ver. Una banda negra en señal de luto advertía que el contenido se refería al acontecimiento del momento. La edición ya estaba cerrada: la tapa era para Peter O’Toole, protagonista de la película La clase gobernante, en la que interpretaba a un miembro de la nobleza británica que se creía Jesucristo.


“Nuestro pueblo tuvo en el Teniente General Perón al Líder, al Caudillo, al hombre que lo comprendió y llevó hacia el camino de la Liberación Nacional y Social hacia las metas trascendentes de lo humano”, ponderaba el texto, con esa repetición de “hacia”, seguramente causada por la urgencia de llegar a tiempo a la imprenta.


“Silencio”, “dolor”, “llanto”, “congoja”, “lluvia”, “frío” son algunas palabras que los editoriales repitieron. El de Filmar y Ver no fue la excepción, al igual que los reiterados elogios a la trayectoria y la obra del presidente fallecido. “Perón transformó revolucionariamente la historia de nuestro país y del Tercer Mundo. Y al transformar la historia, transformó la cultura y por lo tanto al cine”, subrayaba.


Aquella nota editorial se colaba en un menú amplio sobre cine nacional y extranjero. Los cinéfilos podían encontrar un comentario sobre Papá corazón se quiere casar, protagonizada por Andrea del Boca, y entrevistas a los directores Fernando “Pino” Solanas, que rodaba Los hijos de Fierro –recién pudo estrenarse en 1984, con el regreso de la democracia–, y José Martínez Suárez, a cargo de Los chantas, y el investigador Osvaldo Bayer, uno de los autores del guion de La Patagonia rebelde. Para complementar esta última entrevista, se sumaba la filmografía completa de su realizador, Héctor Olivera.


La revista aportaba un detallado informe sobre las películas extranjeras censuradas en la Argentina en ese tiempo y una entrevista con el director argelino Lamine Merbah, participante de unas jornadas sobre cine del Tercer Mundo organizadas por la UBA.


Entre otros temas, el mensuario contenía comentarios sobre Una dama y un canalla, de Claude Lelouch, y Solaris, de Andrei Tarkovski; una entrevista a Jeanne Moreau; un artículo sobre el alejamiento del cine de Buster Keaton y otro sobre la relación entre Antonin Artaud y el séptimo arte; y un listado de todas las películas de Luis Buñuel.


Los estrenos de La treguaLa Madre María y Un hombre en estado interesante merecieron espacios publicitarios.


Satiricón: un estadista con sentido del humor

Los integrantes de Satiricón volcaron su creatividad y sarcasmo en una pieza de despedida breve, que interpelaba al mismísimo Perón, a pesar del “irreversible abandono y el consecuente temor” que sentían. Pusieron el foco en “un aspecto tan resaltable e importante como cualquier decisión política de alto nivel: su sentido del humor”.


La revista de la dupla Oskar Blotta-Andrés Cascioli destacaba ese don “eminentemente argentino, enriquecido por citas y referencias provenientes de otras tierras, la mayor parte enroladas en la tradición de la picaresca española”. Cascioli se encargó del dibujo que acompañaba la nota editorial: un perfil de Perón veterano, con rostro serio sostenido por un cuello de traje de gala militar, que emergía de una multitud con lanzas y una bandera.


“Usted, se lo aseguramos, era un gran humorista porque traducía lo complicado y lo volvía fácil. Hizo, de la política, algo que la antipatria vendió como una disciplina inaccesible y solo para grandes cabezas, una actividad que todos entendían y de la que se podía participar”, señalaba.


Lo consideraba “un notable ilustrador de ideas”, que sabía “reír y bromear” y que se divertía con los cómicos de la TV, como Fidel Pintos, integrante de Polémica en el bar, quien había fallecido semanas antes. En cierta oportunidad, en un discurso en la CGT, Perón parafraseó al personaje cultor de la sanata y dijo: “A las paritarias las inventé yo”. Pero tuvo un fallido, que enmendó rápidamente: lo había rebautizado “Fidel Castro”.


“Usted –subrayaba Satiricón– sabía del valor de los gestos chiquitos, casi imperceptibles: últimamente guiñaba un ojo y el país vivía tranquilo 72 horas más. Usted llegó de Madrid con el objetivo de bailar si había que hacerlo en medio del más bravo temporal argentino del siglo, y sin embargo, casi nunca dejó de titular en torno suyo la luz del bromista filoso y maduro, la agudeza regocijante del cachador, la ingeniosa intención subrayada con guiños.”


En el número siguiente, el primer biógrafo de Perón, Enrique Pavón Pereyra, publicó un artículo sobre el humor del General. Allí recorría varios aspectos de sus salidas graciosas y rescataba un comentario jocoso que alguna vez le había hecho su biografiado: el único amigo “gorila” que había tenido en su vida fue un simio que su hermano Mario, director del Jardín Zoológico de Buenos Aires durante el primer peronismo, “mantenía en un lecho improvisado” en su despacho. Perón lo había confundido con un “extraño pensionista”, porque no podía distinguir su rostro, semioculto por un acolchado. Sin embargo, el mismo Pavón Pereyra reprodujo en Yo Perón una variante de esa anécdota: el gorila en cuestión no estaba en el despacho de Mario, sino en una jaula del zoo. ¿Fue una equivocación del historiador? Quizás haya sido otra de las picardías del General.


Por: Germán Ferrari



14 jul. 2024, by: FM 98.3

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