21 nov. 2024
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La doctrina



El ideario de Perón quedó plasmado en sus libros fundamentales, donde planteó los pilares del justicialismo como movimiento nacional y popular, profundamente humanista, cuyo sujeto político es el pueblo.


En un hombre pragmático como lo fue Juan Domingo Perón es una tarea minuciosa diferenciar la acción de sus pensamientos, la teoría de la práctica, la doctrina de la aplicación oportuna. Porque si hay algo que caracteriza al fundador del movimiento nacional justicialista es justamente su coherencia con una existencialidad pragmática. El pensamiento idealista, teórico, ortodoxo ha llevado adelante durante siglos una campaña de diatribas contra el pragmatismo, acusándolo de “oportunista”, “especulador”, “insustancial”. Se relaciona erróneamente a esta corriente con las tradiciones vinculadas al conservadurismo, a posiciones cercanas a lo que se define vulgarmente como la derecha. No entraremos en disquisiciones sobre por qué se comete ese error, pero basta recordar un par de cosas: a) que los padres del pragmatismo estadounidense –Charles Sanders Peirce, William James, John Dewey y George Herbert Mead, entre otros– pertenecían al progresismo demócrata, y b) que es una corriente filosófica profundamente antidogmática y por lo tanto intensamente democrática. Pero más allá de esta disquisición, si alguien quiere desentramar el pensamiento de Perón debería recurrir a sus textos, a esos libros en los que hay un puro decir, es cierto, a pesar de que ese decir se haya convertido en un hecho político con significado propio.


La comunidad organizada, Conducción política, Actualización doctrinaria para la toma de poder y el Modelo argentino… –en mi opinión sus cuatro textos fundamentales–, además de ser libros troncales para comprender y estudiar a Perón, son hechos políticos en sí mismos por el significado que tuvieron cuando fueron publicados: durante el Congreso de Filosofía en 1949, dos años después como inauguración de la Escuela Superior Peronista, el tercer texto es producto de la entrevista que el líder del movimiento tuvo con los cineastas Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino en su exilio madrileño en 1971 y, por último, su testamento político presentado el controvertido 1 de mayo de 1974.


LA BÚSQUEDA PERMANENTE DE LO JUSTO

La comunidad organizada es un texto fundamental porque permite descubrir en profundidad el pensamiento de Perón: se trata de una doctrina de origen socialcristiana, profundamente humanista, con una inspiración nacional y de vocación americana, pero también muestra un método de reflexión y de acción: la búsqueda del equilibrio permanente entre los distintos polos de las diferentes dialécticas. Entre el hombre y la comunidad, entre el materialismo y la espiritualidad, entre el localismo y el internacionalismo, entre el capital y el trabajo, entre tantas otras dialécticas que aparecen en ese libro. Pero ese método de equilibrio no es simplemente la búsqueda aristotélica del justo medio, sino el movimiento pendular mismo; el equilibrio para todo peronista, según este texto, no debería ser un punto estático, una cristalización dogmatizada, sino la permanente dinámica de buscar siempre lo justo, lo indicado, lo necesario.


Sin duda el texto que llevó una mejor suerte fue Conducción política, el bestseller de la militancia peronista. Muchas veces estas clases se mal leyeron como un simple manual “maquiavélico” de acción política –y nada hay menos “maquiavélico” que el propio Nicolás Maquiavelo y Perón, desde luego–, cuando en realidad es un texto fundamental para comprender la metodología de la pragmática peronista. En esas páginas hay un apartado trascendente, espacio que ocupan las disquisiciones doctrinarias, pero también hay un fuerte estudio sobre la acción política pensada desde el pensamiento estratégico de un cuadro militar como lo fue Perón. Sin embargo, es necesario plantear una cláusula de excepcionalidad: el lugar que reclama para sí el “gran conductor”. Perón dijo en esas clases: “En el arte de la conducción hay solo una cosa cierta. Las empresas se juzgan por los éxitos, por sus resultados. Podríamos decir nosotros: ¡qué maravillosa conducción! Pero si fracasó, ¿de qué sirve? La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde. Y no hay otra cosa que hacer. La suprema elocuencia de la conducción está en que si es buena, resulta, y si es mala, no resulta. Y es mala porque no resulta y es buena porque resulta. Juzgamos todo empíricamente por sus resultados. Todas las demás consideraciones son inútiles”. La frase es inquietante pero define claramente un método de acción política: gana el que conduce y el que conduce decide. Y el único método para dirimir esta cuestión son los resultados empíricos. El único principio válido en el arte de la acción política es la victoria.


El célebre y polémico 1 de mayo de 1974, en horas de la mañana, Perón entregó su testamento político ante la Asamblea Legislativa que inauguraba las sesiones ordinarias de ese año. Lo llamó Modelo argentino para el proyecto nacional. En ese texto, el viejo general definió de cara a la eternidad la esencia de su movimiento político: “Cuando pienso en los acontecimientos cruciales de la historia del país, encuentro en ellos las huellas profundas de una toma de conciencia verdaderamente nacional. Este proceso se ha distinguido por una denodada pugna entre esa creciente conciencia y las fuerzas que han tratado de impedir implacablemente su libre expresión. El modelo argentino pretende ser, precisamente, la interpretación de esa conciencia nacional en procura de encontrar su cauce definitivo. Los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial. Es contra esta actitud que ha debido enfrentarse permanentemente nuestra conciencia. Las bases fértiles para la concepción de una ideología nacional coherente con nuestro espíritu argentino han surgido del mismo seno de nuestra patria. El pueblo, fuente de permanente creación y autoperfeccionamiento, estaba preparado hace tres décadas para conformar una ideología nacional, social y cristiana. Sin embargo, no fuimos comprendidos cuando, respondiendo a esa particular exigencia histórica, propugnamos la justicia social como inmanente al ser nacional, a pesar de que la justicia social está en la base de la doctrina cristiana que surgió en el mundo hace dos mil años. El justicialismo es el resultado de un conjunto de ideas y valores que no se postulan: se deducen y se obtienen del ser de nuestro propio pueblo. Es como el pueblo: nacional, social y cristiano”.


En síntesis, el pensamiento de Perón puede resumirse de una manera sencilla y profunda. Una existencialidad: el equilibrio y la armonía (La comunidad organizada). Una metodología: el arte y la excepción de la conducción (Conducción política y Actualización doctrinaria). Una esencia: el nacionalismo popular y cristiano (Modelo argentino…). Y un único sujeto: el pueblo, no como masa pasiva sino como una organización política.

14 jul. 2024, by: FM 98.3

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