
Clases dominantes: la receta de siempre
En un país que discute lo accesorio mientras se desangra lo esencial, los grandes medios y los poderes dominantes nos marcan la agenda con precisión quirúrgica. Pero la realidad del pueblo argentino no entra en el prime time.
El show de la distracción
Hay que reconocerlo: las clases dominantes tienen una capacidad formidable para desviarnos hacia lo irrelevante. En Argentina, como en Latinoamérica y gran parte del mundo, nos hacen debatir temas que poco o nada tienen que ver con nuestras vidas. Los ciudadanos de a pie —los que madrugamos para ganarnos el pan y sostener a nuestras familias— seguimos esperando que el foco esté donde debe: en los servicios esenciales, la producción, la cultura, la justicia, el trabajo.
El paro de la CGT del jueves pasado, por ejemplo, pasó prácticamente inadvertido en la conversación pública. Nadie se detuvo a pensar en sus motivos: el reclamo por paritarias libres, la reactivación de la obra pública y una mejora en las jubilaciones. En cambio, se nos empuja —una vez más— al terreno preferido del poder económico y mediático: los mercados, el dólar, el Nasdaq, los bonos, la bolsa. Una lógica de pantalla y cifras que no reflejan ni por asomo la economía real.
Economía de humo, pueblo de carne y hueso
Insistimos: el Nasdaq, el riesgo país, la cotización de la soja, la suba o baja del dólar no reflejan nuestra economía cotidiana. ¿Qué sí la refleja? El desplome del consumo en alimentos básicos, la caída histórica del consumo de carne, la merma en combustibles y energía. El deterioro es profundo y transversal. Nuestra calidad de vida está en retroceso. Y no hay posibilidad de país pujante si el pueblo está empobrecido, embrutecido y sin horizonte.
La demolición del mercado interno
Las cifras de estos quince meses de gestión libertaria son elocuentes: cierre masivo de pymes, pérdida de empleos, caída brutal en la actividad comercial e industrial. El mercado interno —ese entramado de comercios, industrias, servicios y producción local— está en agonía. Y mientras tanto, desde el Gobierno nacional reina una peligrosa inacción. No hay política contracíclica, no hay red de contención, no hay brújula. Solo hay tuits. Y silencio.
Silencio oficial y obediencia total a Trump
Más preocupante aún es la falta de reacción frente a los cambios en el escenario internacional. La guerra comercial entre Trump y China, que ya genera consecuencias concretas para nuestros exportadores, no despierta ni un atisbo de política exterior coherente. Y no debería sorprender: Trump, jefe político no declarado de Milei, no deja margen para el desacato. Acá, la obediencia es total. Pero las consecuencias las pagamos nosotros: pérdida de mercados, retroceso productivo, más pobreza.
La pala y el enterrador
Otra vez la burra al trigo. Otra vez sopa. La única receta que conocen es volver al Fondo Monetario Internacional. Como si pedir prestado fuera sinónimo de gestión. Ya van 24 veces. Sin plan, sin estrategia, sin destino claro. Es como comprarle la pala al enterrador que va a cavar tu propia fosa. La eliminación de la obra pública, la precarización laboral, el vaciamiento del poder adquisitivo, la falta de horizontes para jóvenes y jubilados son consecuencias directas de este modelo de ajuste perpetuo.
Y sin embargo, seguimos de pie. Porque todavía hay una mayoría silenciosa que piensa distinto. Que quiere reconstruir el país desde la solidaridad, desde las políticas públicas, desde una gobernabilidad más justa. Porque sí, hay otro país posible. Y no vamos a dejar de pelear por él.
Por: Cesar Malato Militante Peronista y
Asociativista
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